jueves, 27 de julio de 2017

HIMNO A SAN PANTALEÓN

 
 
De Oriente a Occidente
proclaman los siglos tu fe y tu valor,
San Pantaleón.
 
Médico famoso,
cura cuerpos y almas, con tu intercesión,
San Pantaleón.
 
Adalid de Cristo que tu sangre diste
por amor a Dios,
San Pantaleón.
 
Concede a los hombres, enfermos y tristes
salud e ilusión,
San Pantaleón.
 
Por tu sangre viva, por tu amor a Dios,
oye nuestras voces,
San Pantaleón.


HISTORIA DE SAN PANTALEÓN:


 

martes, 25 de julio de 2017

LETANÍAS AL APÓSTOL SANTIAGO PARA PEDIR EL TRIUNFO DE LA FE EN ESPAÑA


 
 
Señor, ten piedad de nosotros.
Jesucristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
 
Jesús, óyenos.
Jesús, escúchanos.
 
Dios Padre celestial, ten piedad de nosotros.
Dios Hijo Redentor del mundo, ten piedad de nosotros.
Dios Espíritu Santo, ten piedad de nosotros.
Trinidad Santa, que eres un solo Dios, ten piedad de nosotros.
 
Santa María, que en carne mortal visitaste a Santiago en Zaragoza, ruega por nosotros.
 
Santiago, que seguiste al punto el llamamiento del Mesías, ruega por nosotros.
Santiago, que de pescador fuiste hecho Apóstol, ruega por nosotros.
Santiago, que deseaste beber el cáliz del Señor, ruega por nosotros.
Santiago, que por tu celo mereciste ser llamado "Hijo del Trueno", ruega por nosotros.
Santiago, que fuiste testigo de la transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo, ruega por nosotros.
Santiago, que con otros dos Apóstoles mereciste presenciar en el Huerto de los Olivos la cruel agonía  del Redentor, ruega por nosotros.
Santiago, que después de haber recibido la efusión del Espíritu Santo, predicaste la doctrina a las doce tribus de Israel, ruega por nosotros.
Santiago, que imitaste al Divino Modelo en la pobreza, en la humildad y en los trabajos evangélicos, ruega por nosotros.
Santiago, ilustre protector de la nación española, ruega por nosotros.
Santiago, que trajiste a España la luz del Evangelio, ruega por nosotros.
Santiago, que a más de la fe te debe nuestra patria el haber sido visitada por Nuestra Señora, ruega por nosotros.
Santiago, a quien los Ángeles regalaron la celestial imagen de su Reina, ruega por nosotros.
Santiago, que en Zaragoza consagraste el primer templo que en el mundo tuvo María, ruega por nosotros.
Santiago, Apóstol ardiente de la conversión de judíos e infieles, ruega por nosotros.
Santiago, que has sido el primero de los Apóstoles que sellaste con tu sangre la predicación de la fe, ruega por nosotros.
Santiago, que por amor a España quisiste fuese tu cuerpo traspasado a Compostela de Galicia, ruega por nosotros.
Santiago, amparo de los españoles en sus necesidades y caudillo en sus batallas, ruega por nosotros.
Santiago, consuelo de cuantos visitan tus restos mortales, ruega por nosotros.
Santiago, que devolviste la visita a San Francisco de Sena, ruega por nosotros.
 
Cordero de Dios que borras los pecados del mundo. Perdónanos, Señor.
Cordero de Dios que borras los pecados del mundo. Escúchanos, Señor.
Cordero de Dios que borras los pecados del mundo. Ten piedad de nosotros.
 
Ruega por nosotros, glorioso Santiago, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo. Amén.
 


jueves, 20 de julio de 2017

EL ARTE DE APROVECHAR NUESTRAS FALTAS

Como humanos que somos, estamos repletos de debilidades e imperfecciones, "de nosotros sólo se pueden esperar caídas". Esta es la realidad que debemos aceptar, sabiendo que, mientras vivamos en esta tierra, estaremos sometidos a pruebas y seremos víctimas de nuestros defectos e imperfecciones.


Partiendo de este hecho, Joseph Tissot, misionero de San Francisco de Sales, escribió en el siglo XIX un libro de gran provecho titulado "El Arte de aprovechar nuestras faltas", en el que, siguiendo los consejos del Santo y Obispo de Ginebra, nos muestra cómo la misericordia divina no nos abandona y siempre premia nuestro sincero arrepentimiento. Su lectura nos infunde ánimo a través de sus caritativos consejos.


San Francisco de Sales

Siendo conscientes, por tanto, de nuestras debilidades y fallos, no deben asombrarnos nuestras faltas. Esto no significa que quitemos importancia a nuestros pecados, todo lo contrario, debemos esforzarnos por no caer en ellos, debemos evitarlos y detestarlos. Es necesario que tengamos calma y progresemos en nuestra purificación paso a paso, levantándonos tras nuestras caídas, subiendo "escalón a escalón, como los ángeles de la escala de Jacob"..."La curación que se hace lentamente es la más segura". Nuestras caídas son consecuencia de nuestra rapidez y nuestra falta de precaución. En cualquier avance también tienen lugar retrocesos puntuales, de la misma forma que en toda batalla, los ejércitos se ven obligados a replegarse en ciertas ocasiones. Dichos retrocesos ayudan a nuestro fortalecimiento espiritual y no deben importarnos con tal de continuar en el avance. Nuestro deber es combatir y tener siempre presente que quienes no luchan, nunca reciben golpes...Si recibimos un golpe, no desistamos, sigamos luchando y poco a poco avanzaremos.



En todo progreso espiritual debemos contar con nuestras numerosas caídas. Ello nos ayudará en nuestro perfeccionamiento y también en la comprensión hacia nuestros hermanos, a los que debemos perdonar, sin que ello implique indiferencia ante el pecado, el cual debemos detestar y reparar.


Cuando cometamos una falta, y "nos veamos caídos y sucios", no nos turbemos, detestemos el pecado, arrepintámonos sinceramente con una tristeza que no suponga nunca un dolor indignado, pues el verdadero arrepentimiento es siempre sosegado. "Donde hay perturbación, no está el Señor". Levantémonos con tranquilidad y confianza, teniendo calma y paciencia con nosotros mismos, pues la inquietud sólo conseguiría que nos enredásemos más en las redes de las imperfecciones. Si actuamos con calma, evitaremos una nueva caída. Por el contrario, el desasosiego es altamente perjudicial, pues viene motivado por el amor propio, por buscarnos a nosotros mismos. Nos disgustamos al comprobar que no somos perfectos, en lugar de disgustarnos por haber ofendido a Dios. Decía San Optato de Milevi: "Más valen los pecados con humildad, que la inocencia con soberbia". La soberbia es el más grave de todos los pecados porque supera a los demás en aversión a Dios. Si nos impacientamos ante nuestras faltas, tengamos la seguridad de que esa inquietud viene del demonio.


Esa pena tranquila que debe producirnos nuestra caída hará que recobremos fácilmente los ánimos y obtengamos un propósito sereno y firme de corregirnos. Toda caída sirve para ver realmente nuestra miseria, ayudándonos a soportar nuestras imperfecciones con un objetivo primordial: crecer en la humildad.  Todo lo que hay de bueno en nosotros, no es nuestro, sino que procede de Dios. Este punto es esencial pues nos ayudará a ser plenamente conscientes de nuestras flaquezas, por tanto, siendo también más comprensivos con las faltas e imperfecciones de los demás. Sólo conociéndonos bien a nosotros mismos, podremos encontrar el alma del prójimo en la nuestra y descubrir el modo de ayudarle. De esta manera, lograremos que nuestra severidad con el prójimo se transforme en compasión, viendo con claridad que ninguno de nosotros está libre de caer en las imperfecciones en que caen los demás. Todas y cada una de las caídas nos ayudarán al desprecio propio para mantenernos en la santa humildad.
Nuestra llegada a la deseable humildad se produce siendo almas verdaderamente cristianas, y por tanto, sintiendo la necesidad de experimentar las humillaciones al lado de Nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, siendo la humildad una virtud que debemos desear, necesitamos amar las humillaciones, pues son el camino que nos conducirá a esa virtud. Para ello, debemos aceptar siempre de buen grado el ser humillados y corregidos.


Una vez que tenemos claro que somos imperfectos, que estamos expuestos a numerosas caídas durante nuestra vida terrenal, y que no debemos inquietarnos por ello, es necesaria nuestra absoluta confianza en la misericordia divina. Debemos pedir perdón a Dios con sencillez, estando seguros de su infinito amor y de su perdón. Dios es el más bondadoso y generoso de los padres, dispuesto siempre a colmarnos de numerosos favores. Al Todopoderoso no le importan tanto nuestra faltas como el provecho que saquemos de ellas, siempre que las empleemos para humillarnos ante Él y hacernos bondadosos. Teniendo presentes nuestras infidelidades del pasado, descubrimos la bondad de Dios y el precio de los méritos de Nuestro Salvador Jesucristo.


Ser conscientes de nuestros fallos supone identificar y combatir sus causas y evitar las ocasiones que pueden motivar nuestras caídas. Ello será de gran ayuda en nuestro perfeccionamiento, pues como decía San Francisco de Sales: "Es preciso no olvidar jamás lo que hemos sido, para no llegar a ser peores". Con nuestro sincero arrepentimiento y a través del sacramento de la confesión, practicamos varias virtudes al mismo tiempo: humildad, obediencia, sencillez y caridad.


Nuestras faltas deben servirnos para practicar la satisfacción, es decir, la restitución a Dios del honor que le hemos quitado, cerrando las puertas a todas las ocasiones de pecado, recuperando el tiempo perdido. Para ello, tal como ya ha quedado apuntado, debemos arrepentirnos sinceramente, pedir perdón confesando nuestras culpas e implorando la misericordia divina. Una vez hecho esto, y detestando los pecados que hemos cometido, debemos mantenernos tranquilos y realizar la reparación por nuestras ofensas. ¿Cómo reparar? Recobrando el tiempo perdido, levantándonos tras nuestras caídas con mayor ánimo para proseguir el combate, y redoblando nuestro fervor a través de las lágrimas del alma y de nuestro dolor de corazón por nuestros fallos.


Santa María Magdalena es el referente que nunca debemos perder de vista. Ella salió de su situación de pecado, pidió perdón a Dios con verdadera contrición, y con firme resolución de no volver a pecar, sirviendo de ejemplo a los demás pecadores. En la misma medida que ofendió a Dios, así también se dedicó a hacer penitencia con todo su corazón, con toda su alma y con todos sus sentidos.


"María Magdalena en penitencia"
(Ferdinand de Braekeleer, 1822)


Esta pobre esclava de María que aquí escribe, no puede concluir este resumen sin destacar otro aprovechamiento al que nuestras faltas deben conducirnos: la devoción a la Santísima Virgen, pues Ella es nuestra Madre de Misericordia y el refugio de los pecadores. Tal como San Luis Mª Grignion de Montfort nos explica en el "Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen", Nuestro Señor Jesucristo es nuestro mediador ante Dios Padre, y nos ha concedido a Su Santísima Madre como mediadora entre Él mismo y nosotros. ¿Cómo desanimarnos contando con tan excelente y maravillosa intercesora? A Ella podemos recurrir sin ningún temor, pues Ella es nuestra Madre llena de bondad, y en cuyos brazos podemos refugiarnos como hijos suyos que somos, con la seguridad de que en Ella encontraremos la mejor ayuda en nuestro camino al Cielo.


Virgen de la Misericordia.
(Bartolomeo Caporali, 1482)



"¡Adelante! Hemos dado un mal paso, vayamos despacito y con cuidado.
Volvamos al camino de la humildad y vigilemos mejor.
¡Dios nos ayudará!".

"Dios no ama nuestras imperfecciones, ni nuestros pecados,
pero nos ama a pesar de ellos".