lunes, 17 de abril de 2017

VIERNES SANTO EN LAS DESCALZAS REALES

Penetrar en el interior de los muros del Monasterio de las Descalzas Reales es siempre un privilegio espiritual. Supone adentrarse en un espacio lleno de arte, fe, piedad, e impregnarse del espíritu de su fundadora, Doña Juana de Austria, y de las Religiosas Franciscanas que lo habitan. Dicho enclave representa para mí no sólo uno de los más bellos exponentes de la catolicidad en el centro de la ciudad de  Madrid sino un universo repleto de todo lo bello, bueno y verdadero. Así he podido constatarlo en cada una de las visitas que he realizado a lo largo del tiempo.
 
Una vez más, he regresado a dicho enclave, pero en esta ocasión para asistir a los Oficios religiosos de Viernes Santo celebrados en su Iglesia, teniendo ocasión de adorar al Santísimo Sacramento en el Monumento, realizar la adoración a la Cruz, escuchar la lectura de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, y las posteriores palabras del oficiante que, de forma muy clara, nos expuso la razón por la cual todos sufrimos habitualmente por múltiples razones: Nuestros sufrimientos se deben al hecho de que no vivimos en la voluntad de Dios sino en la nuestra. Palabras que resonaron con especial intensidad para mí, pensando en lo mal que sobrellevamos nuestros sufrimientos, y confrontándolo con el dolor que experimentó la Santísima Virgen viendo morir a Su Hijo en la Cruz, y contemplando también el lienzo de doña Juana de Austria situado sobre la puerta de su capilla funeraria, princesa que sufrió la temprana pérdida de su esposo y que tuvo que regresar a Castilla, dejando a su pequeño hijo de cuatro meses de edad en Portugal, para nunca más volverlo a ver.

A continuación, todos los presentes esperábamos con ansias ser testigos de una procesión muy significativa: la del Cristo yacente de Gaspar Becerra. Se trata de una talla de madera policromada realizada en el siglo XVI por dicho artista andaluz. La imagen es llevada en procesión a través del claustro, en la tarde del Viernes Santo, con el Santísimo expuesto en el sagrario colocado en uno de sus costados. Esta tradición obedece a un especial privilegio que data desde la fundación del monasterio en 1559, pues, por Bula Papal, es la única procesión en el mundo en la que se lleva a Nuestro Señor Jesucristo vivo y muerto a la vez.

El Cristo yacente de Becerra bajo la mirada de su Dolorosa Madre, obra de Pedro de Mena.
Foto: Don Eric Fco. Salas
 
A tal efecto, el claustro se decora con tapices de Rubens pertenecientes a la colección "El triunfo de la Eucaristía", que fueron un obsequio de la infanta Isabel Clara Eugenia al Monasterio. Todo el recorrido está ambientado musicalmente con los motetes que nuestro insigne polifonista Tomás Luis de Victoria compuso expresamente para esta procesión, en las angelicales voces de las Clarisas que habitan el monasterio. Escuchar dichas composiciones de quien fue capellán y maestro de coro en las Descalzas, durante una procesión que recorre el claustro desde hace siglos, es algo verdaderamente indescriptible.

Tapiz de la serie "El triunfo de la Eucaristía" - Rubens.
Foto: Google
 
Si tanto el escenario y la música son de por sí solemnes, el hecho de que sean los  Heraldos del Evangelio los encargados de portar al Cristo y ayudar en la procesión, labor que vienen realizando desde hace más de 30 años, logra emocionar hasta lo más hondo a esta pobre esclava de María que aquí escribe, máxime contemplando la procesión desde un rincón del claustro situado bajo la imagen de Nuestra Señora del Pilar. Todos los presentes esperábamos impacientes la aparición del Cristo, momentos en los que nos unimos al rezo de la Corona de los Siete Dolores de la Santísima Virgen.

Los Heraldos portan al Cristo desde el lugar en el que habitualmente puede ser contemplado hasta el interior de la Iglesia, para posteriormente conducirlo en procesión a través del claustro tal como he expuesto. En el costado del Cristo aparece el Sagrario que está constituido por un viril rodeado de diadema de brillantes. El Cristo es llevado bajo palio en una procesión revestida de toda la solemnidad que acompaña al lugar y con que los Heraldos saben imprimir todo aquello que realizan.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
  
 
Fotos: Don Eric Fco. Salas
 
Finalizado el recorrido por el claustro bajo, el Cristo vuelve a ser introducido en la Iglesia para ser expuesto a la veneración de todos los fieles. Allí reposa bajo la mirada de la magnífica talla de su Dolorosa Madre, obra de Pedro de Mena, que data del siglo XVII y que puede contemplarse habitualmente en la Sala Capitular del Monasterio. Es el momento en que el oficiante extrae la Sagrada Forma del costado de Nuestro Señor y nos bendice a todos los presentes.
 
 


 


 







 

Fotos: Don Eric Fco. Salas
 
Contemplar la larga fila de fieles que se disponen a venerar al Cristo es una experiencia intensa que me produjo honda emoción...Tenía la sensación de estar viendo una escena extraída de una época lejana en el tiempo y que discurría ante mis ojos con la sensación de que el tiempo se había detenido...hasta que llegó el momento de unirme a la fila de fieles y disponerme a contemplar de cerca la talla del Cristo que momentos antes había visto ante mí en el claustro...Nuestro Señor flagelado, ensangrentado, muerto por nuestros pecados, en la mayor demostración de amor que el mundo haya conocido. Sobran las palabras en ese momento en que sólo podemos contemplar, reflexionar y orar.

Una vez finalizada la exposición del Cristo a los fieles, con la misma solemnidad con que todo había discurrido, los Heraldos del Evangelio procedieron a cubrir el Cuerpo de Nuestro Señor para trasladarlo de nuevo al interior del Monasterio.
 


Fotos: Don Eric Fco. Salas
 
Como conclusión a este escrito, sólo me queda recomendar a todos aquellos que no hayan asistido a esta procesión, que no pierdan la ocasión de acudir al monasterio de las Descalzas Reales el próximo año, para vivir ese momento tan intenso y piadoso, acompañando a Nuestro Señor, que dio Su vida por todos nosotros. Esta pobre esclava de María agradece a Él y a Su Santísima Madre los obsequios que me brindan, entre ellos el haberme permitido ofrecerles mi pobre compañía en una tarde inolvidable de Viernes Santo. Y a los Heraldos del Evangelio, mi sincero reconocimiento y mi profunda estima, agradeciéndoles que siempre eleven mi espíritu con su piedad y saber hacer.
 
María Luz
 
Mi sincero agradecimiento a Don Eric Fco. Salas por cederme amablemente, una vez más, sus excelentes fotografías.