miércoles, 16 de diciembre de 2020

La devoción de Eugenia de Montijo

Al visitar la ciudad de París y caminar por sus amplios bulevares contemplando sus bellos edificios de apartamentos, es obligado retrotraerse al Segundo Imperio francés (1852-1870), período histórico en el que, por deseo del emperador Napoleón III, el Barón Haussmann emprendió la remodelación de la ciudad dando lugar al París que todos podemos contemplar hoy. Fue precisamente en aquella época cuando la capital francesa se vio iluminada por la presencia de una española universal.

Con ocasión del centenario de su fallecimiento, traigo hoy a mi blog la figura de la Emperatriz Eugenia de Montijo, que nacida en la ciudad de Granada el 5 de mayo de 1826 en el seno de una aristocrática familia española, se convirtió en emperatriz consorte de Francia tras su matrimonio con el emperador Napoleón III.

La emperatriz Eugenia en oración.
Fotos: Gustave Le Gray, 1856

María Eugenia de Palafox-Portocarrero de Guzmán y Kirkpatrick, condesa de Teba, se crió entre Granada y Madrid, junto a su hermana María Francisca, duquesa de Peñaranda y futura duquesa de Alba consorte. Hijas de Don Cipriano Palafox, duque de Peñaranda y conde de Montijo, recibieron una excelente formación católica en el Colegio del Sagrado Corazón, en París, hecho que contrasta con el ambiente liberal en que se criaron, puesto que su padre era un militar liberal y afrancesado, y su madre Dña. María Manuela Kirkpatrick  llevaba una intensa vida mundana.

En su juventud, Eugenia sufrió un desengaño amoroso que la llevó a pensar en tomar los hábitos, tal como expresó en una carta : "No sabes lo que es querer a alguien, ser despreciada. Pero Dios me dará valor; no lo rehúsa nunca a quien lo necesita y me dará el valor para terminar con mi vida tranquilamente en el fondo de un triste claustro donde no se sabrá jamás si he existido". Lejos estaba de imaginar la joven Eugenia que la Divina Providencia tenía planes distintos para ella.

Habiendo fallecido su padre, se trasladó con su hermana y su madre a París, donde fijaron su residencia y eran habituales en las grandes fiestas de los salones parisinos. Fue precisamente en una de esas recepciones donde Eugenia fue presentada al príncipe Luis Napoleón Bonaparte, quien quedó cautivado por la belleza y la inteligencia de la joven condesa de Teba. Convertido el príncipe en emperador Napoleón III, Eugenia y su madre fueron habituales invitadas a las fiestas del palacio imperial, mostrando el emperador continuas atenciones hacia ella. Decidido a conquistar a Eugenia, el emperador tuvo que lidiar con los firmes principios morales de la joven condesa. En uno de esos intentos, tras participar en un desfile militar, Luis Napoleón se acercó a caballo a una de las ventanas del palacio de las Tullerías donde se encontraba Eugenia y le preguntó: "Señorita, necesito verla, ¿cómo puedo llevar hasta usted?", a lo que Eugenia respondió: "Por la capilla, Señor, por la capilla".  La anécdota es un buen reflejo de la firmeza de carácter y de los principios morales de nuestra protagonista, que no estaba dispuesta a convertirse en una más dentro la larga lista de amantes de los monarcas franceses.

Eugenia se convirtió en la esposa del emperador en una ceremonia religiosa que tuvo lugar en la Catedral de Notre-Dame el 30 de enero de 1853. Si bien este matrimonio no contentó ni al gobierno ni al pueblo francés, nuestra protagonista supo ganarse a todos ellos desde el mismo día de su boda. Los actos de entrega hacia su pueblo y su apoyo a innumerables obras benéficas contribuyeron a ello. Donó a la caridad los 600.000 francos que la ciudad de París le regaló con motivo de su boda así como los 250.000 que su esposo le entregó. Eugenia era consciente de su posición y se veía a sí misma como protectora de las clases humildes, tal como lo expresó de su puño y letra:

"Dos cosas me protegerán, espero: la fe que tengo en Dios y el inmenso deseo que me anima de ayudar a las clases desdichadas, desposeídas de todo, incluso de trabajo. Si el dedo de la Providencia me ha señalado para un puesto tan elevado, es para servir de mediadora entre los que sufren y los que pueden aportar remedios. Así yo he aceptado esta grandeza como una misión divina y, al mismo tiempo, doy gracias a Dios de haber puesto en mi camino a un corazón tan noble y tan entregado como el del emperador".

Transcurridos tres años desde su enlace matrimonial, la pareja imperial tuvo a su único hijo, Napoleón Eugenio, que recibió el título de Príncipe Imperial de Francia. Bajo el patronazgo de la emperatriz estaba la Sociedad del Príncipe Imperial, que prestaba dinero a bajo interés a familias necesitadas de hogar. La emperatriz asumió también la protección de orfanatos, asilos, hospitales infantiles, guarderías y, a menudo, visitaba a familias menesterosas de forma discreta.  El gran amor de la emperatriz por su hijo despertó en ella el deseo de ocuparse de la infancia más abandonada de Francia, constituida por los pequeños vagabundos que a menudo terminaban en la cárcel entre los presos comunes. Eugenia sintió verdadera lástima por aquellos niños que eran encarcelados simplemente por dormir en las calles y que provenían de ambientes marginales donde a menudo eran maltratados. La emperatriz consiguió del emperador que le fuera concedida la presidencia de una comisión que buscara los medios legales para enviar a esos niños a colonias agrícolas donde su salud fuese cuidada y, al mismo tiempo, pudieran aprender a cultivar la tierra. 

La emperatriz Eugenia con su hijo (Franz Xavier Winterhalter)

Su gran amor de madre se plasmó en la gran preocupación que la embargó cuando su hijo enfermó a la edad de dos años. Y fue precisamente por esta causa que tuvo lugar un hecho de gran relevancia que paso a relatar. Corría el año 1858, justamente el año en que tenían lugar las apariciones de la Santísima Virgen en Lourdes. El estado de salud del pequeño príncipe era tan preocupante que la emperatriz encargó a la institutriz de su hijo, Madame Bruat, que viajase a Lourdes y trajese un frasco de agua del manantial de Massabielle. El lugar había sufrido los ataques del gobierno liberal, llegando al cierre de la Gruta de las Apariciones con prohibición expresa de que cualquier persona se acercara a recoger agua del manantial. Cuando el guarda rural Callet, interceptó a la elegante dama por haberse acercado al lugar con objeto de cumplir el encargo de la emperatriz, la condujo ante el fiscal imperial Dutour y colocó sobre la mesa de su despacho el cuerpo del delito, es decir, la botella de agua recogida por la señora. Sometida a interrogatorio, el fiscal reconoció el apellido de la dama como el propio del almirante Bruat, ex ministro de Marina, ante lo cual la señora reconoció ser su esposa. Madame Bruat no se dejó intimidar y respondió a las preguntas del fiscal, reconociendo su transgresión de las órdenes, pagando la multa establecida y negándose a que la botella de agua le fuese confiscada, puesto que la había llenado cumpliendo órdenes de la emperatriz de Francia. Ante esta declaración, el fiscal Dutour no tuvo más remedio que dejar ir a Madame Bruat.

Los emperadores junto a su hijo

La estabilidad del régimen imperial se apoyaba en un perfecto equilibro entre liberales y clericales. En este preciso período que nos ocupa, dicho equilibro no podía romperse a favor de los clericales, puesto que estos ya se habían visto satisfechos tras el proyecto de unificación de Italia bajo el gobierno de cuatro reyes. En dicho proyecto Napoleón III ofrecía el predominio de esa federación al Romano Pontífice como soberano del Estado Católico. Esta medida contentaba a los clericales y disgustaba a los liberales. Por esta razón, los sucesos de Lourdes no eran una cuestión baladí y su reconocimiento supondría un nuevo apoyo a los clericales frente a la postura hostil de los liberales. Esta era la razón por la cual el emperador no vio con buenos ojos la actitud de la emperatriz, que deseaba recurrir al milagroso remedio que podía salvar la vida de su pequeño hijo, pero tampoco podía negarle su pedido en medio de su desesperación de madre. A pesar de su reticencia, decidió aceptar que el príncipe bebiese aquel agua de Lourdes, siempre que el hecho no trascendiese. Ante esta condición del emperador, Eugenia hizo promesa de devoción a la Santísima Virgen de Lourdes si salvaba la vida de su hijo. 

Transcurrida la noche junto al lecho de su hijo, a la mañana siguiente, la emperatriz se personó en el despacho de su esposo para comunicarle que el estado de salud de su hijo había mejorado y la fiebre había remitido por completo. El emperador no quería dar su brazo a torcer y consideraba que la mejoría del príncipe se debía a los remedios administrados por el médico que lo atendía, a lo cual, la emperatriz no dudó en acusarlo de ateo y en reprocharle su falta de humildad por no reconocer a Dios la gracia que les había concedido. Una vez más, Eugenia se mostró firme en sus principios y manifestó a su esposo que el agua de Lourdes había curado a su hijo y que no le quedaba más remedio que cumplir la promesa que ella había realizado: ordenar la apertura al público del acceso a la Gruta de Massabielle. El emperador se mostró disgustado puesto que, en ese momento, Lourdes era para él un delicado problema político en el que no podía incomodar a los partidos liberales, además de ir en contra de su visión renovadora en la que no había espacio para lo que él consideraba un misticismo latente en cierto sector atrasado de la población. La emperatriz le manifestó que sus motivos de esposa y madre eran mucho más importantes que cualquier problema político y supo hacerle comprender que su imperio dependía de potencias mucho más poderosas e importantes que la opinión pública; un soberano no puede prescindir del cielo. "En Francia corre un manantial bendito que produce curaciones milagrosas. El mismo poder que a través de una ingenua y bendita niña ha sabido hacer surgir en un momento el manantial, se ha mostrado complaciente contigo. ¿Crees realmente que es menos peligroso azotar la cara de Dios y de la Santísima Virgen que la de tu llamado espíritu moderno? ¡La promesa está hecha y hay que cumplirla! ¡Más por ti que por mí, tu imperio está en juego!" El emperador invitó a Eugenia a abandonar su despacho. Se sentía profundamente disgustado pero sabía que Eugenia tenía razón. Transcurridos tres días desde esa discusión, el emperador se dio por vencido, y prescindiendo de toda burocracia y evitando el encuentro con sus ministros, dictó rápidamente el siguiente telegrama dirigido al prefecto de Tarbes: "Es preciso que inmediatamente permita usted al público el acceso a la gruta situada al oeste de Lourdes. Napoléon".

Llevando en la mano una copia de dicho texto, el emperador fue al encuentro de la emperatriz y se lo mostró. Eugenia no cabía en sí de gozo y reconoció en su esposo su gran corazón y su capacidad de sobreponerse a sí mismo cuando la situación lo requería. La respuesta del emperador constituyó un verdadero reconocimiento a su esposa: "La única verdad, Madame, es que la Señora de Lourdes ha encontrado en usted una aliada en todo sentido excelente". 

Henri Laserre y René Laurentin, considerados los historiadores oficiales de Lourdes, manifestaron que la orden de reapertura de la Gruta de Lourdes se emitió tras la visita realizada al emperador por parte del Arzobispo de Auch, Sr. de Salinis y el diputado Sr. De Rességuier. Sin embargo, debemos reconocer que la presencia de Madame Bruat en la Gruta de Massabielle está perfectamente documentada, y diversos autores también han constatado la decisiva influencia de la emperatriz Eugenia en la reapertura de la Gruta de Lourdes. Este episodio tan significativo es una muestra no sólo de la firmeza propia de Eugenia de Montijo sino de su apoyo incondicional a la cosmovisión cristiana de la que siempre hizo gala. 

La emperatriz asumió en varias ocasiones la regencia del imperio. Durante uno de esos períodos, en 1856 y en contra de la opinión de varios ministros, ordenó que hubiese una representación oficial en la ceremonia de canonización de Santa Margarita María Alacoque, en Paray-le-Monial.

Su defensa del catolicismo la llevó a influir en diversos acontecimientos de la política internacional de su época y su fe en Dios le sirvió de gran consuelo en los momentos más difíciles de su vida como la caída del Imperio, su exilio y la muerte de sus seres más queridos (su esposo, su madre, su hermana y su hijo). Aquel pequeño príncipe imperial que sanó gracias al agua milagrosa de Lourdes, se convirtió con el paso de los años en un joven intachable del cual su madre se sentía muy orgullosa. Durante el exilio en Gran Bretaña, el joven príncipe, concluida su formación militar, decidió partir voluntariamente con sus compañeros de armas a Sudáfrica para combatir en la Guerra anglo-zulú, donde cayó abatido bajo las lanzas a la edad de 23 años. La emperatriz ordenó edificar la abadía benedictina de Saint Michael, en la localidad inglesa de Farnborough, donde enterró al emperador y a su hijo, y entregó a la comunidad allí establecida la Rosa de Oro, máxima condecoración pontificia concedida a soberanas católicas. Desaparecidos sus seres más queridos, todavía vivió durante cuarenta años, falleciendo el 11 de julio de 1920 a la edad de 94 años en el madrileño Palacio de Liria. Sus restos mortales fueron sepultados en la Cripta Imperial, junto a su esposo y su hijo.

Sepulcro de la emperatriz.

En estos tiempos turbulentos que vivimos, imploremos el auxilio divino para, a semejanza de la emperatriz Eugenia, mantenernos firmes en nuestros principios cristianos, sin sucumbir ante el relativismo imperante, confiando en el auxilio de la Santísima Virgen y poniendo nuestras vidas en las manos del Todopoderoso.

La emperatriz Eugenia rezando tras la muerte de su hijo (1880)

FUENTES

"Eugenia de Montijo, emperatriz de los franceses" (Fernando Díaz-Plaja)

"La canción de Bernadette" (Franz Werfel)

Boletín Nº 140 de la Hospitalidad de Lourdes

viernes, 28 de agosto de 2020

EL CRUCIFIJO DEL PERDÓN

Aunque este año no he realizado mi peregrinación anual a Lourdes, en estos días de agosto me he trasladado en espíritu a mi destino soñado tal como acostumbraba a hacer mi querida Santa Bernadette desde su convento en Nevers. 

Entre los muchos recuerdos que conservo de mis peregrinaciones a Lourdes, mi vista se detiene en un objeto piadoso que adquirí allí hace justamente un año. Se trata de un crucifijo que, inspirado en el conocido como "Crucifijo del Perdón", presenta en los brazos de la cruz sendos grabados de Lourdes, a modo de precioso souvenir
 
Foto: María Luz Gómez

Muchos se preguntarán cuál es el origen y el significado del Crucifijo del Perdón, por esta razón me dispongo a responder a esa pregunta a través de la siguiente explicación.

CRUCIFIJO DEL PERDÓN DE SAN PÍO X

Durante la Primera Guerra Mundial, el ejército norteamericano distribuyó entre sus soldados multitud de Rosarios, conocidos por ese motivo como "Rosarios de Combate", que habían sido elaborados en 1916. Muchos de los combatientes atribuyeron la salvación de sus vidas al hecho de llevar consigo dicho Rosario, que también fue portado por combatientes de la Segunda Guerra Mundial.

Foto: Google

De este Rosario de Combate americano colgaba el denominado Crucifijo del Perdón, que fue presentado en el Congreso Mariano en Roma en 1904, con la ayuda del Arzobispo de Lyon, Cardenal Coullié y que obtuvo aprobación general. El proyecto de la unión alrededor del Crucifijo del Perdón fue presentado a Su Santidad, San Pío X, por el Eminente Cardenal Vivés, presidente del Congreso.


Crucifijo del Perdón de San Pío X
Foto: María Luz Gómez

En su parte frontal, sobre la imagen de Nuestro Señor Jesucristo, aparece la inscripción "Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum" o su fórmula abreviada "I.N.R.I.", que traducida del latín significa: Jesús Nazareno Rey de los Judíos.

Foto: María Luz Gómez

En su reverso, en el transverso de los brazos, aparece la frase: "Padre perdónalos", y en la vertical se lee la inscripción: "He aquí este corazón que tanto ha amado a los hombres". Se completa con el motivo del Sagrado Corazón de Jesús grabado en el centro. A los pies de la cruz aparecen una estrella y la letra M, inicial de María, queriendo indicar el lugar que ocupó la Santísima Virgen a los pies de Su Divino Hijo crucificado. 

Existe una versión del Crucifijo del Perdón de la que penden a ambos lados la Medalla Milagrosa y la Medalla de San Benito, aunque lo más común es encontrar la versión más simple en la cual las medallas son suprimidas. Por esta razón en los Rosarios de Combate sendas medallas aparecen añadidas de forma aislada del crucifijo.

Crucifijo del Perdón de San Pío X

Fotos: María Luz Gómez


A quien porte el Crucifijo del Perdón con devoción, siempre que esté bendecido por un sacerdote de acuerdo al Ritual Romano, el Papa San Pío X concedió valiosas indulgencias que paso a exponer a continuación:

  1. Quien porte sobre sí el Crucifijo del Perdón, ganará 300 días de indulgencia cada día.
  2. Cada vez que se bese con verdadera devoción, se ganarán 100 días de indulgencia. 
  3. Quien pronuncie ante el Crucifijo las siguientes invocaciones, ganará cada vez una indulgencia de 7 años y 7 cuarentenas: "Padre nuestro que estás en el cielo, perdona nuestras ofensas como también perdonamos a los que nos ofenden". "Ruego a la Bienaventurada Virgen María, que pida al Señor, nuestro Dios, por mí".
  4. Los habituales devotos del Crucifijo del Perdón, que cumplan las condiciones requeridas, podrán obtener indulgencia plenaria en las siguientes festividades: Viernes Santo; Festividad de las Cinco Llagas de Nuestro Señor Jesucristo (aunque esta fiesta no se celebra en toda la Iglesia, el Oficio y la Misa están considerados en el apéndice del Breviario y el Misal); Hallazgo de la Santa Cruz (3 de mayo); Festividad de la Preciosa Sangre de Nuestro Señor (1 de julio); Festividad de la Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre); Festividad de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre); Festividad de los Siete Dolores de la Santísima Virgen María (15 de septiembre).
  5. Cualquier persona que, al momento de su muerte, fortificada por los Sacramentos de la Iglesia,  con corazón contrito, o en la imposibilidad de recibirlos, besando este Crucifijo y pidiendo perdón a Dios por sus pecados y los de sus semejantes, puede ganar una indulgencia plenaria. 

Las indulgencias expresadas son también aplicables a las almas del purgatorio.

En el centenario del Rosario de Combate original de 1916, el Teniente Coronel Cristoph Graf, Comandante de la Guardia Suiza Pontificia, pronunció un discurso el 6 de mayo de 2016, dirigido a los nuevos reclutas que iban a prestar su juramento para ingresar en el cuerpo militar encargado de la seguridad del Papa y de la Santa Sede. En un determinado momento de su discurso, el Coronel levantó en su mano un Rosario de Combate realizado en metal de cañón, al mismo tiempo que pronunciaba las siguientes palabras:

"A principios de este año, un generoso donante nos sorprendió con un regalo. Le envió a la Guardia Suiza el arma más poderosa que existe en el mercado: el "Rosario de Combate". Ahora ha sido asignado a todos los guardias. Es importante que encontremos el camino de la oración, especialmente el rezo del Santo Rosario. Nuestra vida, nuestras obras y nuestras acciones están en las manos de Dios. Sin embargo, esto no significa que podamos rendirnos a las armas y a los ejercicios. Dios nos usa como instrumentos para alejar el mal en algunas situaciones. Por eso, necesitamos la fe en Dios y la oración".
Teniente Coronel Cristoph Graf.
Foto: Google

   

Vídeo donde se puede escuchar al Comandante de la Guardia Suiza.

CRUCIFIJO DEL PERDÓN FRANCÉS

Junto a ese crucifijo que pendía de los Rosarios de Combate americanos, existe también un Crucifijo del Perdón francés, cuyo modelo inspira al crucifijo de Lourdes con el que inicié este escrito.

Crucifijo del Perdón francés
Foto: Google

En la parte frontal aparecen en relieve el Espíritu Santo, los Sagrados Corazones de Jesús y de María y la imagen de la Santísima Virgen a los pies de Nuestro Señor Jesucristo. En su reverso, aparecen las palabras: Cruz, perdón, confianza y misericordia.

Los franceses han querido incorporar este Crucifijo del Perdón a Rosarios inspirados en aquellos primeros Rosarios de combate americanos, creando de este modo un arma de combate espiritual que goza de las mismas indulgencias ya mencionadas.

Foto: Google

"Madre querida, gracias de todo corazón por haber protegido 
a mi esposo durante la guerra (1914-1918).
 Protegednos siempre. En Vos confiamos Reina".
Foto: María Luz Gómez

Siempre que pienso en la Primera Guerra Mundial, viene a mi memoria la placa de agradecimiento que cada año contemplo en Lourdes junto al relicario de Santa Bernadette. En ella, una mujer agradece a Nuestra Señora la protección que brindó a su esposo, gracias a la cual sobrevivió a la Gran Guerra. No sabemos si el caballero en cuestión portaba un Rosario pero lo cierto es que contó con la protección divina para sobrevivir en semejante infierno bélico.

El Crucifijo del Perdón es un sacramental que constituye un verdadero canal de gracias muy beneficiosas para la oración de reparación, intercesión y sanación. Cada vez que lo besamos con amor, reparamos el agraviado Corazón de Jesús.

Son muchos los desafíos que se avecinan y para enfrentarlos necesitaremos una inmensa fe en Dios y confianza en la protección de Nuestra Señora, así como nuestra oración incesante, en especial el rezo del Santo Rosario que constituye el mejor arma para estos tiempos. Y en los momentos de mayor angustia, contemplemos a Nuestro Señor crucificado y abandonémonos confiadamente en Sus manos.

Foto: María Luz Gómez


FUENTES:
romancatholicman.com
mariereine.com
pierinashop.com



sábado, 4 de abril de 2020

Estimado Rvdo. D. Pedro Paulo...

Hace tan solo tres días que su alma, repleta de virtudes, voló al encuentro de la patria celestial. Su partida deja un gran vacío en nuestros corazones y mis ojos se ven inundados de lágrimas al saber que ya no podré conversar con usted ni escuchar sus sabias reflexiones. Entre lágrimas y oraciones, mi mente ha recorrido multitud de recuerdos ligados a usted, todos ellos imborrables y que ocupan un lugar de honor en el álbum de mi vida.

Como creyente en Dios, siempre me he preguntado por qué lloramos desconsoladamente cuando perdemos a un ser querido, máxime si tenemos la certeza absoluta de que su alma ya forma parte del reino celestial. Es obligado pensar en Nuestro Señor llorando la muerte de su amigo Lázaro al tiempo que, hoy, mi pobre alma se siente huérfana ante su ausencia, pues este mundo terrenal se volverá más inhóspito sin su presencia.

La huella que usted ha dejado en nuestra patria, a la que llegó hace décadas para iniciar su apostolado, quedará para siempre adornada con su acento brasileiro, su sonrisa bondadosa, su delicadeza de trato y su cálida hospitalidad; todo ello como una excelsa muestra del lema luciliano "vivir es estar juntos, mirarse y quererse bien". 


Su amor a Nuestro Señor Jesucristo, a la Santísima Virgen y a la Santa Iglesia Católica han marcado su vida terrenal y han quedado patentes en su importante apostolado entre nosotros. Sus hijos espirituales tenemos en usted el mejor ejemplo de un verdadero esclavo de María repleto de entusiasmo y vitalidad.

Usted me dijo en una ocasión que "la Providencia siempre nos exige un paso más..." y es por ello que ahora, mis lágrimas de tristeza por su pérdida deben convertirse en lágrimas de alegría. Alegría y agradecimiento por haberle conocido, por haberle frecuentado durante infinidad de ocasiones, en las cuales mi pobre alma tuvo ocasión de vivir el cielo en la tierra asistiendo a las Misas celebradas por usted y escuchando sus siempre vibrantes homilías. Alegría al saber que aquellas lágrimas que Nuestra Señora derramó hace dos años en algunas de nuestra sedes se han tornado en luminosa sonrisa al recibirle a usted en el cielo, donde ya es nuestro querido intercesor.

Estimado Rvdo. D. Pedro Paulo, interceda por todos nosotros y por nuestra familia espiritual, para que el apostolado iniciado por usted se acreciente cada día más. Interceda por esta España que usted tanto ama y por las necesidades de la Santa Iglesia Católica.

Interceda por mi pobre alma para que siempre haga mío el deseo que usted me expresó en una ocasión: "No deseo otra cosa sino que la gracia me santifique y que me dé gracia para santificar a otros".

Ante la separación, es inevitable sentir saudade, por este motivo y en espera de nuestro reencuentro, trataré de aliviar mis saudades, reuniéndome con usted en el punto de encuentro que usted mismo me señaló: el Inmaculado Corazón de María.

Hoy, en este soleado primer sábado de mes, tras rezar el Santo Rosario, elevo mi mirada al cielo y con una sonrisa exclamo ¡hasta pronto, mi estimado Reverendo!

María Luz Gómez




domingo, 8 de diciembre de 2019

Acto de desagravio al Sagrado Corazón de Jesús para el mes de diciembre y tiempo de Adviento



¿Qué necesidad tenías, oh dulce Jesus mío, de instituir la adorable Eucaristía, para probar el encendidísimo amor en que ardía tu Corazón para conmigo? ¿No publicaba bastante el amor que me tenías aquel purísimo y virginal seno en que estuviste nueve meses encerrado? Y aquel vil establo en que te dignaste nacer con tanta abyección, incomodidad y pobreza; la paja y el heno de aquel pesebre que te sirvió de cuna, y la misma inclemencia de la estación y de la noche, a que recién nacido quisiste sujetar tus tiernas y delicadas carnes, ¿no pregonaban bastante el amor que me tenías?

¿Y cómo podré yo corresponder a tan excesivo amor? Ya te entiendo, amable Redentor mío: tú quieres que en este Adviento reforme mi corazón, y te prepare en él una morada menos indigna que hasta aquí, para celebrar la memoria de tu Nacimiento, repasar las lecciones que desde el pesebre nos leíste, y alcanzar las gracias que naciendo nos mereciste. Quieres que viva en mayor recogimiento y retiro; que me guarde aun de las más leves culpas, que me niegue al fausto y a la vanidad; que sea humilde, manso, sufrido, resignado a la divina voluntad, y mortificado. ¡Y qué es todo esto, Jesús mío, en comparación de lo que tu Corazón se merece y ha hecho por mi! Gustoso haré eso poco que me pides: mas, ¡ay de qué servirían mis resoluciones y promesas, si no me dieras gracia para cumplirlas! Para alcanzarla más fácilmente, uno mis afectos y sentimientos con los del Purísimo Corazón de María. Acepta, como cosa propia mía, los amorosos suspiros, las humildes oraciones e internos coloquios, las profundas adoraciones con que esta Seora te cortejaba, reverenciaba y amaba, teniéndote aún en su castísimo seno. Acepta las ardentísimas ansias con que anhelaba por el feliz momento de su parto purísimo; y sobre todo acepta su Corazón, tan encendido y abrasado en llamas de tu amor. ¡Cuán dichoso seria yo si, al recibirte el día de Navidad en mi pecho, supiese hacerte total e irrevocable donación de este ruin corazón mío, como lo hizo la Virgen, y lo harán tantas almas fervorosas! ¡Y qué dicha la mía, si, en retorno de esta generosa entrega, recibiese de ti una copiosa avenida de gracias, y un constante y ardentísimo amor a tu Corazón amoroso! Pues ya que los reyes de la tierra acostumbran señalar con mercedes extraordinarias el nacimiento de un príncipe hijo suyo, señala también tú el tuyo propio, derramando tus dones sobre esta tu pobre criatura para que, viviendo ahora mi corazón estrechamente unido con el tuyo, logre amarte y gozarte eternamente en la gloria. Amén.


"Áncora de Salvación"
por el R.P. José Mach.
Edición de 1954.

jueves, 7 de noviembre de 2019

Acto de desagravio al Sagrado Corazón de Jesús para el mes de noviembre y fiesta de Todos los Santos



¡Oh Santos del paraíso que rebosáis de gozo ante el Corazón augusto de mi amable Jesús! 

Yo acepto la invitación que me hacéis, y adorando con vosotros a ese amorosísimo Corazón, y uniendo mi débil voz a las vuestras, repito lleno de alegría: ¡Sea honrado, glorificado, amado y obedecido de todos los corazones por siglos infinitos el Corazón Santísimo de Jesús, que con tal exceso de misericordia nos amó y redimió con su sangre preciosa! Mas ¡cuánta indiferencia hay, Santos gloriosos, entre vuestra suerte y la mía! Vosotros estáis ya gozando de ese divino Corazón, le veis y le amáis con indecible ardor, gozo y hartura de espíritu, sin temor alguno de perderle. Yo, aunque le veo con los ojos de la fe en la adorable Eucaristía y le recibo en mi pecho para alimento y salud de mi alma, con todo eso, ¡cuántas veces me faltan los afectos, por ser muy tibio mi fervor y muy lánguida mi fe! ¡Cuántas veces, aunque esté en su presencia y le tenga dentro de mi, hállome distraído, helado, duro e insensible! Pero lo que más me aflige es ver cuán fácilmente pueda desamparar a ese Corazón amabilísimo, y hacerme indigno de su amor.

Tened, pues, compasión de mí, Santos gloriosos: rogad a ese Corazón santísimo que siempre que acuda a visitarle en la Sagrada Eucaristía, atraiga a sí mi corazón con todos los afectos y sentimientos; y que siempre que le reciba dentro de mi pecho, se digne iluminar mi entendimiento con sus enseñanzas, y encender mi voluntad con el fuego de su divino amor, para que a Él solo ame, y en Él solo espere; y mucho más que en mí mismo, viva en el Corazón Sagrado de mi Dios, único señor y dueño de mi corazón. No dudo, santos protectores míos, que por vuestra intercesión alcanzaré estas gracias, si las apoya la Reina de todos los Santos y Madre mía amantísima. Sí, dulcísima Virgen María, presentad ante el divino acatamiento, y apoyad con vuestra poderosa protección estas mis humildes súplicas; y entonces lograré amar en esta vida, a imitación de los Santos, y alabar en la otra, en su compañía, el amorosísimo y santísimo Corazón de mi dulce Jesus. Amén.

"Áncora de Salvación"
por el R.P. José Mach
Edición de 1954


domingo, 27 de octubre de 2019

Testamento del Generalísimo Francisco Franco

 Españoles:
Al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante su inapelable juicio, pido a Dios que me acoja benigno a su presencia, pues quise vivir y morir como católico. En el nombre de Cristo me honro, y ha sido mi voluntad constante ser hijo fiel de la Iglesia, en cuyo seno voy a morir. Pido perdón a todos, como de todo corazón perdono a cuantos se declararon mis enemigos, sin que yo los tuviera como tales. Creo y deseo no haber tenido otros que aquellos que lo fueron de España, a la que amo hasta el último momento y a la que prometí servir hasta el último aliento de mi vida, que ya sé próximo.
Quiero agradecer a cuantos han colaborado con entusiasmo, entrega y abnegación, en la gran empresa de hacer una España unida, grande y libre. Por el amor que siento por nuestra patria os pido que perseveréis en la unidad y en la paz y que rodeéis al futuro Rey de España, Don Juan Carlos de Borbón, del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado y le prestéis, en todo momento, el mismo apoyo de colaboración que de vosotros he tenido. No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta. Velad también vosotros y para ello deponed frente a los supremos intereses de la patria y del pueblo español toda mira personal. No cejéis en alcanzar la justicia social y la cultura para todos los hombres de España y haced de ello vuestro primordial objetivo. Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la patria. 
Quisiera, en mi último momento,  unir los nombres de Dios y de España y abrazaros a todos para gritar juntos, por última vez, en los umbrales de mi muerte:
¡Arriba España!, ¡Viva España! 

jueves, 3 de octubre de 2019

Acto de desagravio al Sagrado Corazón de Jesús para el mes de octubre.

¡Oh Corazón infinitamente amable, y con todo eso tan poco amado y conocido de los hombres! ¿Quién jamás habría creído que, habiéndote dignado vivir entre nosotros en la adorable Eucaristía, hallándote presente a un mismo tiempo en tantas iglesias, estando noche y día en nuestros sagrarios exhalando ternísimos afectos de amor para con nosotros, te dejaríamos horas y días enteros en tanta soledad, sin hacer caso de las cariñosas voces con que nos convidas a que te visitemos, siquiera de paso y una vez al día? ¡Oh detestable y monstruosa ingratitud la nuestra! ¡Oh Corazón verdaderamente divino!, pues aunque te ves olvidado, mal correspondido, y tan indignamente tratado, no obstante eso, en lugar de desterrarte de nuestros altares, y descargar sobre nosotros las terribles venganzas que teníamos bien merecidas, continúas en esa soledad, manso y humilde, y tan enamorado de los hombres, que tienes puestas tus delicias en estar en medio de nosotros. Y no satisfecho aún tu amor, día y noche te ofreces aquí por víctima de nuestros pecados, e intercedes con tu Eterno Padre en favor nuestro, moviéndole a derramar sobre nosotros tantas bendiciones espirituales y temporales como de su liberal mano continuamente recibimos.

Por eso, deseoso de corresponder a tal exceso de caridad, y de resarcir en alguna manera tan enorme ingratitud, propongo, oh Corazón amabilísimo, redoblar en este mes las oraciones ante tu acatamiento divino, unirme a ti a menudo con todos mis sentimientos y afectos cada hora, y aun con mayor frecuencia recibirte espiritualmente. Dígote con el más vehemente fervor de mi espíritu, que quisiera ver a todos los hombres humildemente postrados ante tu soberana Majestad; y que todos los corazones te amasen, y todas las voluntades se sujetasen a tu querer con el mayor rendimiento. A este fin propongo visitarte con frecuencia, y cuando me sea forzoso apartarme de ti para acudir al cumplimiento de mis obligaciones, rogaré, y desde ahora para entonces ruego al Ángel de mi guarda que supla mis veces y quede en mi lugar hasta que vuelva a visitarte. Rogaré también, y desde ahora ruego a los Santos cuyas imágenes y reliquias se veneran en esta iglesia, que, bajando del cielo, se postren en tu presencia, y en nombre mío te adoren, amen, alaben y presenten el Corazón amorosísimo de la Virgen Santísima, que tanto te agrada. Acepta estos mis humildes obsequios, Corazón dulcísimo de mi amado Jesús, y así como me has dado gracias para hacerte estos ofrecimientos, dámela también para cumplir fielmente lo prometido y adorarte por siglos eternos en el cielo. Amén.

"Áncora de Salvación"
por el R.P. José Mach.
Edición de 1954.